Durante 50 años, la corriente principal se desentendió en gran medida del activismo mientras persistían los problemas de injusticia social, ecológica, económica y racial. Ahora, en este extraño momento que ha conmocionado al mundo, hay más compromiso que nunca.

En este mismo momento, la narrativa de liderazgo de "nosotros contra ellos" está siendo desafiada por un nuevo enfoque en la unidad. No cabe duda de que nunca ha habido una mayor necesidad de unirnos, ya que nos enfrentamos a desafíos concurrentes y graves en múltiples frentes. Sin embargo, aunque esté en juego nuestro bienestar colectivo, es probable que perdamos esta gran oportunidad por una parálisis causada por las divisiones ideológicas. El reto consiste en encontrar formas de restablecer las relaciones entre las tribus morales, políticas, raciales y religiosas que puedan salvaguardar y fortalecer la diversidad de puntos de vista, sin permitir que persista la opresión sistémica. 

Así que, ¿dónde están las personas capacitadas para crear espacios seguros para salvar nuestras diferencias? ¿Quién puede catalizar o facilitar conversaciones de aprendizaje mutuo que alimenten posibilidades inspiradoras, inclusivas y prácticas?

Esta época exige una nueva forma de activismo que se centre tanto en tender puentes como en abogar por el cambio. Aunque necesitamos voces dispuestas a resonar desde las cimas de las montañas, también necesitamos oídos dispuestos a escuchar de verdad. Para co-crear un futuro colectivo prometedor, necesitamos desarrollar la capacidad de restaurar y nutrir nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás y con el planeta. Necesitamos un enfoque revolucionario en el diálogo que alimente una reinvención colectiva de nuestra coexistencia. 

En resumen, para crear una mayor unidad y un mundo próspero, necesitamos activistas restauradores. En todas partes.